martes, 14 de noviembre de 2017

El corte nº 8. Arcade Fire

·     La pieza musical es :The suburbs de Arcade Fire 
en Momentos de una vida (Boyhood)


            El tema que abría y daba nombre al tercer disco del grupo Arcade Fire vuelve a las metáforas potentes que tanto les gustan.. En este caso la imagen impactante: unos suburbios urbanos se puebla de un imaginario lleno de nostalgia. La banda canadiense utiliza la zona más inhóspita de nuestras urbes contemporáneas, esa que ni cuenta con los beneficios de la gran ciudad ni de un pueblo pequeño, para realizar una nueva metáfora sobre la falta de sentido de la vida.


                El tema habla en pasado sobre la juventud o infancia y la pérdida de la inocencia (“aprendí a conducir en los suburbios y me dijiste que nunca seríamos capaces de sobrevivir”) y como tal no puede ser mejor carta de presentación: un paso de la lucha en el extrarradio a la lucha “en los suburbios del mundo”, pero que no terminará sino con más grandes decepciones, tanto en lo laboral, como en lo personal o incluso en lo artístico. Win Butler rememora, sin embargo, aquella adolescencia olvidada con una base rítmica de lo más optimista. Por cierto, hay quien nota que su estructura recuerda de forma evidente a uno de los temas compuestos por Ennio Morricone para la banda sonora de “Hasta que llegó su hora”, titulado “Farewell To Cheyenne”¿Casualidad o inspiración directa?


                 Así, The Suburbs nos cuenta qué ocurre cuando los adultos supervivientes regresan a los paisajes de la adolescencia. Y no sólo no hay olvido, sino que los recuerdos del pasado están más presentes que nunca. Del mismo modo, la película es toda una carta de amor al pasado.


                Boyhood _Momentos de una vida en España_ es una película estadounidense dirigida por Richard Linklater y protagonizada por Patricia Arquette, Ellar Coltrane, Lorelei Linklater y Ethan Hawke. La filmación de la película comenzó en el verano de 2002 en Houston, Texas y finalizó en agosto de 2013. Linklater se propuso grabar al mismo grupo de actores, dos niños y dos adultos, durante tres o cuatro días cada año. 39 en total. Y verles crecer ante la pantalla, un hecho que por sí mismo ya es fascinante. El resultado es una colección de episodios de la vida de Mason, un niño entre los 6 y los 18 años y su inestable familia.
                De ahí proviene la naturalidad y el realismo que exhala esta película y que también pueden encontrarse en la obsesión de este director por capturar el tiempo cinematográfico y el propio pasado en el rostro mismo de los personajes. En otros trabajos previos suyos, la trilogía compuesta por "Antes del amanecer", "Antes del atardecer" y "Antes de la medianoche", retoma la historia de una misma pareja en tres momentos sucesivos y distantes en el tiempo _juventud, madurez y plenitud, y ya se reconoce ese sincero y casi obsesivo afán por capturar un trozo de vida y ponérnoslo delante de los ojos. En cierta manera, esta película habla de un tiempo anterior.
                La película cuenta la historia de una vida y de sus cambios y juega con el tiempo, que a medida que transcurre la película, también transcurre tanto dentro como fuera de pantalla.                       
                El resultado es un apabullante retrato de esa edad concreta entre la infancia y la juventud pero que no está entendida como la adolescencia como una época de crisis o de transición entre la infancia y la edad adulta sino como una época específica en sí misma. No existe término en español que así la defina como ese momento singular de la vida en que se forma el carácter y se fija la personalidad y a la que se vuelve en la búsqueda de los territorios de la identidad como en la canción comentada. Me temo que en inglés el mismo término Boyhood, en tanto que opuesto a childhood o adulthood, tampoco es un término de uso frecuente frente al despectivo uso del más frecuente teenager.
                No hay nada especialmente excepcional en la vida de Mason. Recurriendo al título de una película de Bertrand Tavernier, Boyhood  trata de La vida y nada más… o nada menos. Así que en esa cotidianidad, del paso del tiempo, encuentros y desencuentros va ocurriendo lo extraordinario, sorprendiéndonos de la manera en la que nos podemos llegar a identificar en más de uno de sus pasajes. Los momentos de una vida aparentemente comunes y mundanos que nos conducen al revivirlos a reconocernos como nosotros mismos.
                Una década poblada de cambios, mudanzas y controversias, relaciones que se tambalean, bodas, diferentes colegios, primeros amores, primeras desilusiones, momentos maravillosos, momentos de miedo y una constante mezcla de desgarro y de sorpresa. Los resultados son totalmente impredecibles, ya que cada momento lleva a otro, uniéndose en la profunda experiencia personal que nos forma mientras crecemos y nos acoplamos a la siempre cambiante naturaleza de nuestra vida. Todos reunidos, adquieren una trascendencia atronadora, especialmente para los nacidos en la década de los años 80. Ya que la cinta está repleta de referencias históricas y culturales que permiten que se sepa siempre en qúe momento de la historia se encuentran desde el lanzamiento de uno de los libros de Harry Potter a las furibundas críticas del padre contra la guerra de Irak.
                Además nos deleitan con una estupenda selección de canciones en la banda sonora y un magistral empleo de la elipsis: los saltos en el tiempo con los cambios físicos de los protagonistas son increíbles.
                Somos tiempo. Apenas nada más. El tiempo que irremediablemente pasa y que nos hace conscientes de nuestra mortalidad. Como hombres y mujeres modernos hemos intentado expulsar de nuestras vidas a la muerte, pero no hemos conseguido acabar con la consciencia del tiempo. Una batalla perdida frente a las horas frente a la vida que, pese a todo, y como diría Virginia Woolf, nadie sabe por qué amamos tanto.
     Este interesante experimento cinematográfico es una bellísima reflexión sobre la arena que nos va consumiendo y los días que nos van hiriendo de muerte. La película termina justo en ese momento vital en el que la juventud nos hace pensar que no existe más que el presente, el "carpe diem" que vive la joven pareja que protagoniza las escenas finales. Pero ese presente no es más que un capítulo más que pasa.
                Boyhood no nos habla de grandes episodios ni hazañas, sino precisamente de esas pequeñas cosas que forjan nuestra memoria, que acaban configurando el hombre o la mujer que somos, las que permanecen cuando uno echa la vista atrás. Como esas fotografías del álbum familiar que podrían ser perfectamente intercambiables con la de otro individuo. En esa apuesta por retratar cómo afecta el paso del tiempo a lo cotidiano, reside la belleza de esta película. La solidez de una historia que nos recuerda cómo el cine, el buen cine, nos habla insistentemente de la vida, y de nosotros mismos. Imprescindible.


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